ARTÍCULOS
Celtibérica.es

Soy una rata de ciudad

22/05/2017

Santy San Esteban
ASP/ADSC/AAC



Santy San Esteban


Soy una rata de ciudad. Lo reconozco. Y así me distingo de las ratas de campo, las ratas de río, o las ratas del desierto.

En realidad, soy un ciudadano de piso. Aunque nací en un pueblo, naturalmente, me he criado y subsisto en esta forma de vida de asfalto y hormigón, de ruidos y bocinas, de cinturones industriales y alcantarillas. De pasos contados y tiempos medidos. De anónimas barras de bar.

Por suerte, y por cosa de herencias, puedo disponer de una casita en mi pueblo natal. A veces me toca discutir con mis hermanos sobre su aprovechamiento, o los arreglos necesarios, pero se convierte en mi refugio cuando me dan suelta de mi trabajo funcionarial y la disfruto cuanto puedo.

En el pueblo se despierta mi lado salvaje, en el buen sentido de la palabra. Rompo mis horarios, ando de acá para allá, echo unas siestas cojonudas, juego a las cartas; siempre con algo que hacer, pero libremente. Allí puedo discutir en voz alta con los viejos conocidos que, al fin y al cabo, son de pueblo, y en ocasiones me agarro las mejores melopeas, que espabilo luego subiendo la cuesta de adoquín hasta la casa o sentándome junto a la presa donde hago ver al madrugador paisano que he salido temprano a por setas, muy codiciadas entre mis amigos de la capital, por cierto.

Nada que ver con mi vida en la ciudad. Chorizo de verdad y pan a la piedra. Un lujo. Hasta disfruto de la falta de cobertura porque me ayuda a desconectar, pese que a veces me fastidie una conversación de “Guasap” o la lectura del diario digital al que estoy suscrito.

Dicen algunos que quieren repoblar, que se necesita repoblar. Que se ha perdido mucha población en los últimos años. Ahora se dan cuenta. ¿Qué pasó con nuestra generación? ¿y la anterior, y la anterior? Y, ¿qué van a hacer? ¿van a llevar la ciudad, a cachos, hasta los pueblos?

No me quiero imaginar un semáforo delante de la casa de mi abuelo. Ni que me despierten un sábado a las ocho con el ruido de las barredoras mecánicas. Ni dormir junto al centro de salud comarcal oyendo el cruce de sirenas. Ni en frente de una embotelladora, como se le había ocurrido a un lumbreras, con el ruido y trajín de camiones que acarrearía o, como se le ocurrió a otro, una cooperativa de elementos para móviles, con su contaminación radiactiva incluida. Al menos, esta vez el alcalde estuvo al quite poniéndoles las cosas difíciles. Si es caso, que les hagan el polígono, pero lejos del pueblo. Ni siquiera entendería un hipermercado que elimine el sabor y el sonido tradicional de la venta ambulante, o el olor a carnicería de pueblo, o la leche con nata.

La verdad es que luego se me hace duro el retorno y, después de cruzar bosques y caminos como un lobo solitario, me resulta difícil no saltar como una bestia en la primera retención de tráfico, o someterme a la dictadura del reloj de la oficina, o compartir con el vecino el tintineo de las llaves en el ascensor.

Son unos días de readaptación a una rutina que, bien mirado, tampoco es tan horrible y hasta resulta bien pagada. Ya llegará después el momento de volver a escuchar mis propios silencios, la brisa entre los árboles, el silbido de la lechuza. Y los pueblos, que ni los toquen. Las ratas de ciudad siempre tendremos un lugar de encuentro con nuestro ser primario y la posibilidad de tener allí una segunda vivienda que, de seguir en la misma línea de abandono, cada día serán más baratas.


Santy San Esteban
Alta Sierra Pelendona


(El artículo de A.J.Mencía en El Diario de Burgos del 15 de mayo de 2017 produjo en el entorno de la Asociación Repuebla de Burgos, recién nacida, una serie de reacciones y respuestas por carta. Esta fue una)




(Más artículos)

ENVÍA aquí tu artículo o comentario

Ponte en contacto con ADSC



*  *  *


Derechos reservados © Celtiberica.es

* * *